¿De la vidriera al escritorio o viceversa? Tensiones entre la lectura, la edición y la producción

Marcos Hillebrand

"Cruce de miradas. La intensidad de las mismas queda librada al criterio del lector." - Juan Forn

El año pasado tuve la oportunidad de escuchar a José Luis De Diego en el XXII Congreso Nacional de las Literaturas de la Argentina, y entre una cantidad irreproducible de data y reflexión que nos dejó, hubo algo que me quedó resonando bastante: cuando un/a autor/a de una editorial pequeña e independiente genera algo en los lectores, es decir, produce sus propios ecos, y esa editorial comienza a vender sus libros más y más, llegando a vender 5.000 ejemplares, por ejemplo, las editoriales grandes lo incorporan a sus filas.

Si tomamos un poco de distancia y le damos algunas vueltas a eso, podemos sacar en claro la idea de que existen dos tipos de plataformas –podríamos pensar en otro término, da igual, es para ponerle nombre ahora– para los autores y sus textos: una de menor alcance, que depende parsimoniosamente de los lectores, y otra de mayor alcance, que apuesta fuerte poniendo en juego otros recursos adicionales (campañas de marketing, prensa, distribución, reputación, premiaciones, etc.), con el fin de que se exhiban en las vidrieras de las librerías, o en esas islas de libros tan prolijas y tan coloridas, en las que una tapa es capaz de brillar como si tuviera luz propia.

Que existan esas dos plataformas no necesariamente significa que haya dos tipos de editoriales, más grandes y más pequeñas. Dentro de una misma editorial, un libro o un autor puede ser mejor considerado para una u otra plataforma[1].

[1] En un artículo [dejo el link para hacer el hipervínculo: https://schavelzon.com/2024/12/10/novela-literaria-o-novela-comercial/] de su web, Guillermo Schavelzon diferencia entre las “novelas comerciales” y las “novelas literarias”, etiquetas con que las editoriales clasifican a los textos que van a publicar, etiquetas que dirigen al texto a una u otra plataforma.

Sirve bajar esto a un ejemplo. A veces olvidamos que después de Bajar es lo peor (1995), su primer libro, Mariana Enríquez publicó unos cuatro o cinco libros, que no tuvieron el impacto que sí tuvieron Las cosas que perdimos en el fuego (2016) y Nuestra parte de noche (2019), pero que le valieron la estima y el seguimiento de sus lectores. Es como si se tratara, en casos así, de un envión. Así que, con todo lo que dijimos hasta ahora, hay dos elementos a considerar: las lecturas y las ventas.

¿Qué viene primero?

Sin detenernos en la cuestión de si un texto es bueno o malo, podemos arriesgarnos a decir que a veces los textos, independientemente de las circunstancias en las que aparecen, suscitan cierto fervor en los lectores, lo cual se traduce a su vez en ventas, haciendo sonar esa alarma a la que prestan tanta atención las grandes editoriales, que no pierden la oportunidad e intentan, a través de su propia plataforma y recursos, explotar esa cualidad.

Si funciona, si los horizontes de ese texto o ese autor/a, a través de ese libro (esa edición), en ese circuito editorial–comercial, se expanden, sumando nuevos lectores sin perder el fervor inicial, pareciera que se genera un rebufo (permítanme el uso de ese término, tomado de la física y popularizado por la Fórmula 1). Algo así como lo que pasó con el caudal de narrativas que comenzaron a incorporar elementos del gótico y el terror después del estallido de Mariana Enríquez. Incluso, y acá podemos discutir, me animo a mencionar otros casos similares que manejaron otros elementos: Selva Almada, Federico Falco, Samanta Schweblin, Camila Sosa Villada, entre otrxs. Ese rebufo no tiene que ver solo con “uy, se está re vendiendo, debe estar bueno ese libro”. Es más complejo, porque las tendencias no son un fenómeno solo de las ventas, es decir de los resultados, sino también de las producciones. Y las producciones van más allá de lo que una editorial cree que debe editar para vender, llegan también a los textos que están empezando a ser escritos. Sí, también se escribe en función de lo que se lee.

Volviendo a lo anterior: muchas veces algunos textos que despiertan ese mismo fervor no son tenidos en cuenta lo suficiente o están impedidos por su propio corte a circular en ciertos ambientes, o deciden permanecer en otro circuito. Incluso, también, podemos pensar en casos donde las grandes editoriales apuestan fuerte por títulos que no son acogidos. Y así muchos casos distintos.

Texto no es lo mismo que libro

Así que sí, es como lo estás pensando: todo esto no tiene solo que ver con los textos. Alguien los produce y los comercializa. Es decir, hay una editorial, sea independiente, sea artesanal, sea autogestiva, sea independiente y mainstream, sea emergente, sea consolidada, sea omnipresente aunque berreta, sea Anagrama, sea Penguin, sea Planeta: alguien hace los libros. Ese es el material a través del cual todo esto tiene lugar. Y los hacen para venderlos. Y a esos libros se los lee. Y la relación es directa: más se los lee es igual a más venta. Pero nadie lee algo solo y exclusivamente porque una editorial lo editó, lo publicó y lo comercializó. O sea, sí, claro que sí, esa sería la recompensa de tener un catálogo cuidado, trabajado, bien curado, etc. pero una golondrina no hace verano. Las tendencias no se generan así como así. Creo que lo que se destaca en todo este paisaje es nuestra importancia como lectores. Siga lo romántico, siga, siga.

Dejo un fragmento del artículo de Guillermo Schavelzon antes mencionado: “Decidir si una novela es literaria o comercial no es algo trivial, ya que al hacerlo se está decidiendo también la inversión a realizar: tiraje, promoción y publicidad, todo lo que lleva directamente a la cantidad de ejemplares que habrá que vender para que el proyecto sea económicamente exitoso. (...) Si la novela se considera ‘comercial’, se pagará a influencers y booktubers para promoverla, se contratarán buenos espacios de exhibición en las grandes librerías y cabeceras de góndola en los supermercados, para lo que se necesitará varios miles de ejemplares. (...) Aunque estas decisiones se toman en base a mucha información algorítmica, las expectativas no siempre se cumplen porque los lectores son gente un poco rara, que no responden a las pautas indicadas por los algoritmos, y a veces tienen reacciones imprevistas que pueden sorprender. Por eso de vez en cuando una novela que se suponía destinada a ser un gran éxito comercial no se vende, y otra que se consideraba dirigida a un público restringido, de manera inexplicable tiene un éxito arrollador. Se los llama ‘best sellers imprevistos’, y resulta que son casi la mitad de los libros que aparecen en las listas de más vendidos. La dificultad para predeterminar qué querrán los lectores es algo habitual cuando se trabaja con un producto cultural”.

Entre el miedo a perderse algo y la intuición lectora

Entonces, recapitulemos todo en la siguiente pregunta, ¿es todo eso suficiente, siempre, para que elijamos un libro u otro? Y no, queda claro que no. Sin embargo, no podemos ser ingenuos, sí que tiene su arrastre, sobre todo si al rebufo se lo potencia en las redes sociales, que es nuestro nuevo medio de interacción, nuestro nuevo espacio de paseo, de conversación. La otra vez, conversando con mi amigo Juan, él me introdujo en un fenómeno que tiene lugar en la relación de las redes sociales y las modas. Se llama fear of missing out.

Durante mucho tiempo compré libros basándome exclusivamente en que cumplan una cualidad y media: que sean baratos (casi siempre usados) y, en el mejor de los casos, que formen parte del canon, así sea de sus segundas o terceras líneas, o que, siendo relativamente recientes, lo tensionen. Lisa y llanamente, baratos y que yo los haya escuchado nombrar.

En parte me alegra que haya sido así, porque de otra manera quizás no hubiese leído tan solitaria y por ende íntimamente Week–end en Guatemala, de Asturias, por ejemplo. O La ofrenda de piedra, de Ciro Alegría. O Cacao, de Jorge Amado… Sin embargo, muchas veces, en conversaciones con mis amigos, me sentí demasiado en deuda por no haber leído lo que se estaba leyendo. Y cuando pude, intenté ponerme al día, como si se tratara de un deber. Ahora no me imagino a mí mismo sin esas lecturas que hice, posteriormente, para no sentirme afuera, especialmente cuando me encontré con textos que empezaban a despertar fervores.

No estoy poniendo en la balanza dos formas de elegir una lectura. Porque no hay solo dos formas y porque me parece inconducente pensar en esos términos. Al final, lo único que puedo sacar en claro es que también de esas dos dinámicas abrevan los modos de leer, entendiendo modo de leer en sentido amplio y también personal.

Leemos lo que leemos porque nos movemos entre tendencias y elecciones meticulosas o arbitrarias, aportando, de manera directa o indirecta, a formar y consolidar elementos dominantes, a transformarlos, traerlos de nuevo a colación, reemplazarlos. Ponemos en juego un criterio común y el nuestro propio, algo de intuición y también algo de miedo a quedarnos afuera, guiados por el deseo –quizás lo más importante de todo– de que un texto, en el momento justo, nos diga algo especial, algo que no sabíamos que necesitábamos leer.

El texto y el libro

Dejé por último lo que me dijeron que era más engorroso. Así que, para terminar, quiero dejar en evidencia tres delimitaciones sobre las cuales trabajé el artículo y que creo colaboran a que mantengamos la discusión.

Primero: un texto no es lo mismo que un libro, y un libro incluye otras cosas que envuelven y acompañan al texto. Podríamos decir que el texto es el contenido (la escritura, el estilo, los juegos del lenguaje, las palabras, las ideas, la “historia”), mientras que el libro es el texto y todo lo que lo rodea: el diseño, el formato, la edición, la editorial, la tapa, el nombre del autor, la faja con la mención del premio, las tendencias, el rebufo, las apuestas, el marketing, etc., etc., etc.

Segundo: tanto los textos como los libros no existen en el vacío. Siempre se relacionan con otros textos, con colecciones, catálogos, circuitos de circulación, valoraciones críticas, listas de recomendaciones. Un libro puede traernos a la memoria otro, o dialogar con uno que ni siquiera leímos, pero del que ya escuchamos hablar. Todo eso forma parte del entramado en el que se insertan.

Tercero: las lecturas no tienen una relación directa, sin mediación alguna de otro tipo, con el texto. En otras palabras, muchas de las cosas que rodean al texto, partiendo del libro mismo, participan en la lectura. Y eso incluye, a su vez, un montón de factores externos al libro: lo que dicen los medios, lo que circula en redes, lo que se está premiando, lo que recomienda alguien a quien seguimos. Esos factores influyen tanto en nosotros, lectores, como en quienes escriben, editan y publican.

En otras palabras, tenemos que tener muy presente que existe una dinámica que abarca tanto las tensiones estrictamente textuales como así también las tensiones que se generan en la relación con otros sistemas, que pueden ser ideológicos, políticos, sociales, mediáticos, institucionales, etc.

Conclusión arbitraria

Toda producción literaria que tensionen las fórmulas y contextos de producción –conocimiento de las mismas mediante– merecen ser leídas.