Oscar Herrera Ahuad y la jaula dorada del poder rovirista
Pedro Lacour


En un sistema donde la obediencia es el idioma del poder, la candidatura a diputado nacional del exgobernador revela la tensión entre la lealtad al “conductor” y la tentación de abrirse paso por su cuenta
“Me duelen los codos”, suele decir Oscar Herrera Ahuad con una sonrisa seca, cuando alguien le pregunta cómo lleva la convivencia con los “NEOs” del Frente Renovador de la Concordia. La frase, que en boca de otro sonaría a chicana, en él funciona como diagnóstico: los codos le duelen de tanto abrirse paso en una interna que nadie admite pero todos practican. Desde hace dos años, el médico que supo ser uno de los gobernadores más populares de Misiones observa, paciente, cómo Carlos Rovira sigue manejando la provincia desde las sombras, mientras los jóvenes tecnócratas del Silicon Misiones repiten consignas de modernidad que él escucha con desdén.
En el ecosistema misionerista, donde la obediencia es una virtud y la autonomía un pecado, Herrera ocupa un lugar incómodo: demasiado conocido para ser descartable, demasiado imprevisible para ser totalmente controlado. Nacido en Quimilí, Santiago del Estero, en 1971, es hijo de Ramón Herrera y Magdalena Ahuad, ambos docentes rurales y únicos encargados de una escuela de campo en los alrededores del pueblo.
Creció junto a sus hermanos Alfredo y Carlos en un hogar donde la educación era más vocación que trabajo y el esfuerzo cotidiano, una forma de vida. Cuando terminó la primaria, la falta de una escuela secundaria en la zona llevó a sus padres a enviarlo a Misiones: con apenas trece años se mudó a Puerto Rico, donde vivió con su tío materno, dueño de una clínica local. Allí cursó la secundaria, se formó en un ambiente más urbano y comenzó a construir los lazos que, años más tarde, serían la base de su vida pública.
Un ascenso silencioso
Tras graduarse en la Universidad Nacional del Nordeste, en Corrientes, volvió definitivamente a Misiones sin más capital que su título y un trato campechano que con los años se volvió su marca registrada. “Se recibió y vino a hacer la pasantía a Puerto Rico, después la residencia en Eldorado. Se instaló en San Pedro, abrió su clínica y fue director del hospital”, recuerda un colega de aquellos años. Su colaboradora inamovible desde entonces es Alejandra Juañuk, que lo acompaña desde esa época y lo siguió en cada destino posterior, hasta el día de hoy.
Es que Herrera no proviene de la “sangre azul” de la política provincial: se hizo a sí mismo, siempre expectante y “camaleónico”. “Está en el lugar justo, en el momento justo, con la decisión justa —dice un exfuncionario provincial—. Nunca fue frontal ni confrontativo: prefiere observar, esperar y avanzar cuando el contexto lo permite”.
Su debut como candidato fue en 2007, a intendente de San Pedro. Perdió, pero su perfil técnico lo volvió útil para el poder. En 2009 fue nombrado subsecretario de Salud y en 2011 ministro del área, durante la gestión de Maurice Closs. Su ascenso se consolidó tras el tornado de Tobuna, cuando coordinó la asistencia sanitaria en plena emergencia. Aquel episodio lo convirtió en un nombre conocido en toda la provincia y le abrió las puertas de una relación estratégica con Juan Manzur, entonces ministro de Salud nacional.
“Oscar muchos padrinazgos, pero nunca ‘meó fuera del tarro’”, recuerda un dirigente renovador, que lo describe como “muy institucional y respetuoso de las jerarquías”. “Tiene capacidad para la rosca, pero hacia abajo, no hacia arriba: la rosca hacia abajo no molesta; la de hacia arriba, sí”.
La jaula dorada
En 2015 integró la fórmula del Frente Renovador como vicegobernador de Hugo Passalacqua, y cuatro años después dio su salto político definitivo al alcanzar la gobernación con el 72% de los votos. Gobernó con mano blanda y tono bajo, como un administrador que jamás confunde gestión con épica. Durante la pandemia, su perfil de médico sereno contrastó con los exabruptos nacionales. “Al ministro que puso no le dejó hacer nada, hizo casi todo él”, admite un colaborador de la gestión. Su popularidad resistió incluso el desgaste de los encierros, pero ni el éxito lo liberó del mando remoto de Rovira. Cada decisión pasaba, de una u otra forma, por el escritorio del “ingeniero”.
Durante su gestión, Herrera cultivó un estilo casi clínico: sin estridencias, sin gestos de caudillo. Lo suyo era escuchar, diagnosticar, administrar. Esa vocación asistencial y al mismo tiempo funcional al esquema rovirista, le permitió conservar una popularidad transversal: el votante lo ve como un gestor antes que como un político. Pero también le impidió construir poder propio. “Fue subiendo así, expectante, sin hacer ruido”, resume un dirigente cercano. La administración prolija lo blindó del conflicto, aunque con el tiempo lo volvió sospechoso.
Al dejar la gobernación en 2023, el conductor le tendió un regalo envenenado: la presidencia de la Legislatura. Herrera había encabezado la lista de diputados provinciales y, al jurar su banca, asumió automáticamente como titular del cuerpo. No era un cargo menor —Rovira lo ocupó durante dieciséis años y desde allí manejó la provincia con una eficacia que ningún gobernador se atrevió a cuestionar—, pero sí un sitio que acota. “Carlos tenía que meter un par de gestos de hacerse a un costado. Lo eligió a él como presidente de la Cámara para mostrarse generoso, pero sin ceder el control”, explica un dirigente que lo conoce bien.
La Legislatura es el corazón del poder misionero, el tablero donde Rovira decide los ascensos y las condenas, y también la jaula más brillante del sistema. Sin embargo, desde ese lugar Herrera comenzó a dejar pequeños rastros de independencia. Gestos mínimos, casi imperceptibles, que inquietaron al conductor: audiencias abiertas a sectores gremiales, contactos directos con intendentes del interior, reuniones discretas con docentes y profesionales de la salud. Ninguno de esos movimientos implicó un quiebre, pero todos insinuaron algo inusual en la liturgia rovirista. “No rompió con nadie, pero dejó de pedir permiso”, dice una fuente cercana.
NEOs vs. “vieja guardia”
Su relación con Passalacqua agrega otra capa de ambigüedad. No son enemigos, pero tampoco socios. El actual gobernador le debe su regreso al cargo a una decisión de Rovira, no a un pacto entre pares. “Ellos comparten la conducción en un segundo escalón —dice un dirigente del oficialismo—. Son muy respetuosos de las instituciones, pero cada uno hace la suya”. Herrera lo sabe y actúa en consecuencia: mantiene con Passalacqua una cortesía institucional unida por un enemigo en común: lo “NEO”.
El equilibrio general empezó a resquebrajarse hace una década, cuando se le comenzó a dar lugar a una camada de veinteañeros con aire de start-up y ambición gerencial, que luego se aglutinaron bajo el paraguas del Silicon Misiones, el templo ideológico de la Renovación NEO. A ellos Rovira les confió el relato de modernidad, mientras desplazaba a los históricos a los márgenes. La operación tuvo efectos colaterales: se apagó la “mística”, se enfrió la política y el movimiento, según voces internas, “empezó a parecer una empresa más que un partido”.
La cara visible de esa tecnocracia juvenil es el vicegobernador Lucas Romero Spinelli, el producto más acabado del laboratorio rovirista. Todos coinciden en que la convivencia entre él y la “vieja guardia” es más que una cuestión generacional: es una disputa sobre el sentido del poder. En privado, Herrera confiesa que le preocupa el vaciamiento político del espacio y la pérdida de “discurso social” de la Renovación, aquel que supo consolidar Rovira en el 2003. El exgobernador encarna hoy la incomodidad de toda una generación.
Sin embargo, muy pocos leyeron su candidatura como un ascenso. En la lógica misionerista, ir al Congreso es más castigo que premio: una manera elegante que tiene Rovira de sacar del tablero a quienes ya no encajan. Pero su protagonismo marca un giro en la estrategia del oficialismo: tras un año y medio de mímesis libertaria, la Renovación recuperó retórica política y rostro peronista. En esa jugada también puede leerse un doble movimiento del conductor: aprovechar la buena imagen de Herrera mientras lo aleja de la provincia y le impide construir base propia.
El reposicionamiento llega tras el peor resultado electoral en la historia del Frente Renovador, en las provinciales de junio. Ese tropiezo terminó de desnudar los límites de la mímesis libertaria, el vaciamiento del debate interno y la pérdida de identidad política del proyecto. Desde la asunción de Javier Milei, Rovira eligió el silencio público: no volvió a hablar en actos, salvo el pasado 8 de junio, cuando reapareció para defender el modelo misionerista y destacó la amplitud ideológica y generacional de su espacio. Fue su único gesto visible en más de un año.
En contraste, Herrera asumió una impronta abiertamente crítica de La Libertad Avanza. Defendió la educación y la salud pública, reivindicó el rol del Estado y se pronunció en contra del ajuste económico del gobierno nacional. Su discurso contrastó con las votaciones recientes de los legisladores renovadores en el Congreso, que acompañaron varias leyes clave del oficialismo libertario. “No se puede pagar gobernabilidad a cualquier costo”, repiten, heréticos, cerca del candidato a diputado.
El regreso de la política
Antes de aceptar la candidatura, el exgobernador impuso una condición: armar él su propio equipo. Y lo hizo con un gesto fuerte: recuperó a Ricardo Wellbach, el otrora jefe de bloque de la Renovación en Diputados, y le devolvió un lugar que había perdido. Su caída en desgracia había sido el síntoma más visible de la tendencia a la despolitización que el propio Rovira alentó con el ascenso de los NEOs, proceso que culminó en el intento de crear un “blend” libertario propio.
Viejo militante del peronismo provincial, Wellbach fue quien intervino en mayo de 2024 para descomprimir la crisis policial que paralizó la provincia y amenazó con desbordar al gobierno de Passalacqua. Ahora, desde las sombras, reconstruyó una red de contactos en el interior y reactivó a sectores relegados. Hoy es el estratega y traductor de Herrera: el que conoce los matices de Buenos Aires y quien entiende a la perfección la gramática del poder rovirista.
En Posadas no lo dudan: aseguran que su reaparición no fue sólo un gesto de lealtad sino una forma de enviar un mensaje al propio Rovira: una suerte de “protesta” por parte de Herrera. “Ponerlo a Wellbach al lado es como que otro se agarre a piñas con un vago en el fútbol y después vos lo elijas para que juegue en tu equipo”, grafica un dirigente renovador.
Herrera será el primer diputado renovador con peso propio al menos desde 2019. Pero en Misiones la distancia se paga con olvido. Aun así, el todavía presidente de la Legislatura está lejos de pensarlo como un retiro. Su mirada está puesta en 2027, cuando el ciclo político provincial vuelva a abrir una ventana de sucesión. Nadie lo dice tan abiertamente, pero varios lo imaginan de regreso, desafiando un virtual intento de reelección de Passalacqua o incluso los límites del propio Rovira.
Por ahora, Herrera juega a la espera. Su candidatura lo proyecta, pero también lo ata. Este domingo pondrá a prueba su propio peso en las urnas, en una elección que será tanto un termómetro de la Renovación como un examen para su futuro político. En una provincia donde la palabra puede costar un cargo, este médico de 54 años aprendió que la paciencia también es una forma de desafío.

