La vulneración del horizonte empático
Alexis Rasftópolo


¿Cómo nombrar el horror?
¿Cómo abordar la crueldad?
Frente a las formas de la maldad, frente a Auschwitz, pongamos por caso, Theodor Adorno señaló que escribir poesía sería un acto de barbarie. Es decir, luego de tal acontecimiento: ¿es posible el arte?
Sería oportuno preguntarse lo mismo frente al genocidio que padece el pueblo palestino a manos del ejército y el gobierno de Israel.
Sin embargo, en el documental No other land1, a propósito del mal absoluto que pone en evidencia ese material necesario de ver y divulgar, frente a la evidencia desmesurada del proceso colonial, la conquista y la xenofobia practicadas por Benjamín Netanyahu y el ejército israelí, una y otra vez, de manera resiliente, valiente, vital, las familias gazatíes, los niños, las mujeres, los hombres, se levantan, conversan, comparten lo poco que hay para comer, van a la escuela, cantan, rien, lloran, trabajan y todo ello es una manifestación del arte de la vida frente a la obscuridad más insondable, frente a la indiferencia del mundo y la diplomacia internacional que, al parecer, empieza a sacudirse el quietismo.
Una escena del documental: niños y niñas le piden a uno de los padres que los llevé a la escuela. Van en coche observando el paisaje desolado, y van conjurándolo, cantando: lo que ven “existe”.
Y así lo cantan.
El día anterior y el otro también esos mismos niños, su gente, sufrieron el avance de las topadoras, destrozando sus casas, estropeando sus gallineros, con la excusa de expropiar sus tierras para convertir la zona en un espacio de entrenamiento militar, empujándolos a buscar refugio en las cuevas.
A pesar de la rabia, la bronca contenida, organizan la situación, acomodan sus cosas, y frente al caos, crean un orden provisorio para seguir.
La persistencia, la dignidad del pueblo gazatí, emociona.
La injusticia con la que el ejército y los colonos israelíes avanzan sobre sus tierras, con su violencia y su frialdad, apuntándolos con sus armas, disparándoles, matándolos, llena de rabia, indigna, mueve a las lágrimas.
Niños y adultos palestinos mueren por bala o por hambre, con el dolor y el encono inconmensurables que estalla por los ojos y se dice con todo el cuerpo.
La interpelación que genera esta concatenación de situaciones absurdas, inadmisibles, es envolvente.
Luis Sabini mencionó con razón que estamos frente al conflicto más dilatado y cruento de nuestra historia. Esta es una historia que también forma parte de eso que se llama civilización.
En todo caso se trata de un genocidio y de una manifestación que pone en evidencia una de las más graves expresiones de la injusticia.
Hace un tiempo atrás la historiadora Lynn Hunt planteó que uno de los elementos que incidió en la invención de lo que llamamos derechos humanos es la experiencia empática. Entender lo que le ocurre al Otro, reflejarse en él, respetar su vitalidad, su existencia. Ponerse en sus zapatos. No cosificarlo.
Porque lo que le pasa al Otro me pasa a mí.
Lo que le hacen a ellos, nos hacen a nosotros.
Ese horizonte empático se ha venido vulnerado de manera sostenida, a lo largo del tiempo.
Y hoy demanda atención en las voces palestinas que se levantan y persisten a pesar de la política tanática israelí.
Los gazatíes que ven sus casas derrumbarse impunemente, que sufren los golpes diversos, les gritan en la cara a los soldados, a los colonos armados, los enfrentan, los empujan, y vuelven a sufrir vejaciones.
Y les dicen, los interrogan:
¿Ustedes no tienen hijos?
¡Estas son nuestras tierras, nosotros vivimos aquí!
¿Les gustaría que les hagan lo mismo?
¡Pónganse en nuestro lugar!
El pueblo palestino está necesitando la atención mundial y acciones concretas para frenar la barbarie que les está arrebatando la existencia.
Este proceso de deshumanización está impregnando a todo el planeta, tornándolo un infierno.
Ojalá se pueda frenar este desastre a tiempo.
Solidaridad con el pueblo palestino.
1 Dirigido por Yuval Abraham, Basel Adra, Hamdan Ballal y Rachel Szor.
